Hay dos puntos clave que hay que despejar desde el principio. En primer lugar, los niveles actuales de consumo de carne en los países enriquecidos - especialmente de carne roja - son insostenibles en cualquier caso, y deben reducirse debido al daño cada vez mayor que están provocando sobre la salud y el medio ambiente.
En segundo lugar, la ganadería industrial produce demasiados efectos negativos en demasiados frentes como para poderse justificar, siendo un sistema que requiere cantidades ingentes de piensos importados, que compiten con la producción de alimentos para las personas: el área que se necesita para producir el pienso que importa la UE tiene el tamaño de Francia. Además, la ganadería intensiva depende desproporcionadamente del uso de antibióticos, es uno de los principales productores de gases de efecto invernadero (tanto en el lugar de producción como para el transporte de insumos y productos a lugares lejanos), provoca la degradación ambiental del entorno en el que se encuentra, debido
a las grandes cantidades de residuos que produce, y a menudo somete a los animales a condiciones estresantes e inhumanas. Resulta inconcebible pensar en la existencia de estabulaciones industriales como parte de los sistemas alimentarios sostenibles del futuro. Sus costes son especialmente difíciles de justificar si tenemos en cuenta que, como suele ocurrir a menudo, estas explotaciones producen carne para exportar, en lugar de como fuente de proteína para las poblaciones locales.
Más allá de esto existen, sin duda, numerosos aspectos complejos. Los sistemas de ganadería extensiva con una gestión adecuada pueden ser compatibles con el secuestro de carbono en el suelo. Pero el que el ganado se alimente con pasto o con cereales no es la cuestión principal. La ganadería podrá ser ecológicamente viable o no en la medida en que esté integrada en los ecosistemas, paisajes, sistemas agrícolas y actividades de subsistencia de las personas.
Por ejemplo, en las zonas montañosas pueden existir formas de ganadería con un bajo impacto ambiental y con pocos costes de oportunidad. Igualmente, los sistemas que combinan cultivos y ganado mejoran la eficiencia al utilizar el estiércol para fertilizar el suelo, alimentar a los animales con subproductos de la cosecha y otra serie de sinergias. Cuando los animales se alimentan de hierba o subproductos agrícolas la cantidad de calorías para consumo humano que producen puede, de hecho, ser mayor que las que consumen. En comparación, los ratios de conversión del pienso van de 2 kg de pienso por kg de carne hasta 20 kg en algunos sistemas de ganado vacuno, si bien existe una gran variación entre distintos animales, tipos de gestión y métodos de cálculo.
Los sistemas integrados contribuyen a su vez a diversificar las fuentes de ingresos de las personas productoras, y pueden servir por tanto para crear puestos de trabajo y fijar población al territorio. Sin ellos, el impacto ambiental de otros usos del suelo (por ejemplo monocultivos a gran escala destinados a la exportación) podrían ser infinitamente peores. En otras palabras, cuanto más se tiende a considerar el impacto ambiental de una forma holística, mejor se aprecian las ventajas de los sistemas mixtos.
No existe una fórmula simple que nos indique el umbral que hace que la ganadería pase de sostenible a insostenible. Sin embargo, está ya muy claro que cuanto más se relocalice esta ganadería y se reintegre en el paisaje, cuanto más se utilice alimento obtenido de forma local, cuanto más se reutilicen los residuos en la propia explotación y cuanto más se limite a aquellas regiones en las que existen pocas o ninguna otra alternativa, más sostenible será.
Sin embargo, la viabilidad económica, sociocultural y ambiental de la ganadería en ciertas condiciones no debería confundirse con el modo dominante de producción que se practica en la actualidad para poder soportar las cantidades desorbitadas de leche y lácteos que nos hemos acostumbrado a consumir en los países enriquecidos. No existe una bala de plata que nos permita seguir por este camino. No podemos permitir que las promesas de ganadería regenerativa se conviertan en el último capítulo del cuento de hadas que dice que podemos mitigar las consecuencias del cambio climático sin realizar cambios importantes en nuestros estilos de vida.
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