Diecisiete millones de japoneses participan del teikei, un sistema precursor en el mundo de la agricultura sostenida por los consumidores, un sistema en el que la cadena de valor se reduce a solo dos eslabones: los huerteros y quienes llevan sus productos a la mesa. El resultado: precios más bajos para el consumidor y mayores ganancias para los productores. Funciona en Estados Unidos, con promoción estatal, bajo el nombre de Community-supported agriculture (CSA). También en Australia, Holanda, Canadá y Nueva Zelanda, entre otros países. En Argentina arranca esta primavera con tomates que se acaban de sembrar y buscan financistas.
Impulsan el bono tomate el Instituto para la Producción Popular (IPP) y la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) con simpatía por el Movimiento Evita, entre otras agrupaciones políticas.
El título es más marketing que realidad y el bono es, en los hechos, un vale que ya se vende a $ 220 y que a fin de noviembre y principio de diciembre, cuando en las huertas se realice la cosecha, se podrá canjear por diez kilos de tomates redondos que se entregarán divididos en dos veces, con diferencia de 15 días. El comprador del bono puede incluso elegir el nodo (punto de entrega) donde retirarlo o acercarse hasta la quinta donde tendrá una visita guiada y la posibilidad de comprar otros productos. "El 10% de los que compraron el bono ya se anotaron para buscar los tomates en las quintas", cuenta, sorprendido, Enrique Mario Martínez, coordinador de la asociación civil IPP. Martínez, de 72 años, es ingeniero químico, presidió hasta el 2011 el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) y promueve "una conciencia colectiva a partir de una experiencia de décadas en el mundo desarrollado".
El sistema de compra es sencillo (vía mail o personalmente) y la forma de pago es en efectivo, a través de una transferencia, depósito bancario o con Mercadopago, opción que aumenta en $ 10 el servicio pero que permite el uso de todas las tarjetas de crédito o abonar en locales de pago rápido.
La "experiencia social" de este año, que busca afianzar otro sistema de producción y comercialización, es un proyecto piloto para el que se busca un piso de mil consumidores que compren un solo bono cada uno. Los quinteros que participan son de La Plata, Florencio Varela, Berazategui, San Vicente, Brandsen, La Matanza, Mercedes y Mar del Plata, entre otras ciudades. Algunos fueron elegidos para producir los tomates del bono mientras que la mayoría participa del emprendimiento "Más cerca, más justo". Ese sistema de compra y venta ya tiene armada una extensa red que puede consultarse vía Internet o simplemente a través de las redes sociales y que cuenta con centros de distribución en Capital y el primer cordón del Conurbano (algunos de ellos en locales de distintas agrupaciones políticas). Allí ya se entregan bolsones de frutas y verduras por encargo que cosechan los productores primarios todos los jueves. Es la misma estructura a través de la cual se comercializa el bono tomate.
En Estados Unidos el consumidor y el productor firman un convenio según el cual todos pierden, en caso de que caiga piedra o los productores sufran algún otro fenómeno climático. "En Argentina la venta de tomate futuro no es imaginable de esa manera, hay un compromiso absoluto de entrega de los 10 kilos", explica Martínez que plantea la base de la confianza y el compromiso como condiciones fundamentales para que el sistema crezca.
Si la experiencia funciona como planea el Instituto, en 2017 se financiará ya desde el momento de la siembra y se extenderá a más productos de la huerta. Alguno hasta piensa en un "bono lechón" para la mesa navideña.
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