Hace unas semanas, en una conferencia, un activista que desarrolla su labor en África recordó el encuentro que tuvo con el ministro de agricultura de cierto país africano. El ministro hablaba emocionadamente sobre los métodos de agricultura de alta tecnología que estaba impulsando en su país en asociación con grandes conglomerados agrícolas. El activista mencionó el tema de la agricultura orgánica y el ministro dijo: “Basta. No me está entendiendo, aquí no nos podemos permitir esos lujos. En mi país, la gente se está muriendo de hambre”.
Esto refleja una suposición muy común sobre la agricultura orgánica: que sacrifica la productividad para guardar los intereses del medioambiente y la salud. Es razonable pues, que al dejar de lado los pesticidas y los fertilizantes químicos, las cosechas se verán mermadas.
Pero esto, de hecho, es un mito. En Sacred Economics se citan estudios que muestran que, bien gestionados, los métodos de crecimiento orgánicos pueden producir cosechas dos o tres veces más productivas que las que se obtendrían a través de métodos convencionales. (Los estudios que demuestran lo contrario presentan muchas carencias. No hace falta decir que, si plantas un monocultivo en dos campos distintos, obtendrás menos productividad en aquel en el que no se han empleado pesticidas. Pero esto, en ningún caso, sería un simulacro real de la agricultura orgánica). La agricultura convencional no pretende maximizar la cosecha por hectárea; busca maximizar la cosecha por unidad de labor. Si un 10 % de la población se dedicará a la agricultura, en contraste al 1 % que se dedica a ella, hoy en día, podríamos alimentar al país con facilidad y sin necesidad de pesticidas o elementos petroquímicos.
Resulta, que mis estadísticas son demasiado conservadoras. Los últimos métodos de permacultura son capaces de rendir mucho más que el doble o el triple de producción que la agricultura convencional. Hace poco me encontré con este artículo de David Blume en el que hace un resumen de sus nueve años al frente de un proyecto de permacultura en California. Organizado entorno a una cooperativa agrícola para 300-450 personas y sobre dos acres de tierra, obtuvo cosechas ocho veces superiores a lo que el departamento de agricultura estima posible por metro cuadrado. Y tampoco lo hizo “minando la tierra” dado que la fertilidad de la tierra incrementó drásticamente durante la duración del proyecto.
Cada vez que alguien vaticina una inminente crisis alimentaria basada en el crecimiento de la población y la disminución de depósitos petrolíferos, los métodos agrícolas de hoy en día se quedan fuera de la discusión. Por tanto, aunque el periodo transicional pueda suponer carencias alimenticias temporales y auténtico sufrimiento, los métodos de permacultura podrían alimentar fácilmente a ese máximo de población mundial de diez a once mil millones de personas que quizás veamos a mediados de siglo.
Es indudable que los viejos métodos de agricultura basados en el control están llegando a la cúspide de su potencial productivo. Toda inversión encauzada hacia este tipo de tecnología está devolviendo retornos marginales disminuyentes. No hay más que observar la proliferación de hierbas resistentes al Roundup de Monsanto y la “necesidad” de nuevos herbicidas para poder subyugarlas. Esta situación es paralela a tantas otras en las que se emplean tecnologías basadas en el control, ya sea en medicina, educación o política… De veras creo que estamos llegando al final de una época.
Prueba de ello es que los viejos modelos ya ni siquiera funcionan financieramente. Puede que otrora los monocultivos fueran la manera más eficiente de producir alimentos, pero hoy en día, incluso los agricultores que siguen los métodos convencionales apenas pueden mantenerse a flote. Blume obtiene muchos mejores resultados, no solo en los aspectos ecológicos y de productividad, sino también en el de ingresos. Hacer una transición a la permaculturatambién supone hacer una transición dentro de nuestro pensamiento, nuestros hábitos y nuestras formas de organización económica. Es consecuencia natural del pensamiento ecológico, incorpora la tendencia de ser servicial con el prójimo y está de acuerdo con el teorema económico de pequeñas cooperativas independientes. Este es el motivo por el que no es fácilmente compatible con los métodos operacionales de las grandes corporaciones agrícolas. (Pero tengamos asimismo en cuenta que estas también se vuelven obsoletas dentro de su paradigma centralizado y jerárquico.)
La imagen definitoria de la agricultura del siglo XX es la de una cosechadora mecanizada monstruosa arando interminables campos de trigo. Me gustaría ofrecer una visión muy distinta para la agricultura del siglo XXI:
(1) Permacultura de alta intensidad en torno a grandes centros urbanos para satisfacer el 80 % de sus necesidades alimentarias. Blume señala que en 1850 y, sin utilizar ninguna de las técnicas modernas de permacultura, la ciudad de Nueva York era capaz de suministrar todos los requisitos alimenticios de su más de un millón de habitantes dentro de un radio de siete millas.
(2) Una abundancia de huertos reemplazando una parte significativa de la cosecha más abundante de América en estos momentos: el césped. Muchos suburbios podrían ser prácticamente autosuficientes en cuanto a comida.
(3) La sanación de las tierras dañadas en el cinturón granjero y la restauración de los bosques y prados originales de esas zonas. Gracias a la producción local de alto rendimiento, muchas de las hectáreas plantadas con maíz, trigo, y soja del medio oeste serán innecesarias dentro de la producción alimentaria. Esto no quiere decir que las cosechas para exportar a otras regiones desaparezcan por completo, sino que tan solo tendrán un papel menos relevante.
(4) Un incremento en la producción de biocombustibles en parcelas más pequeñas. Mientras que la mayor parte del biocombustible de Estados Unidos se fabrica con maíz, Blume señala que otros cultivos pueden producir más de diez veces la misma cantidad de combustible por acre, y eso sin contar con las tecnologías de conversión de celulosa.
(5) Tal y como presagia el resurgimiento de interés por la agricultura entre jóvenes, una parte mucho más voluminosa de la población se verá envuelta en las labores del campo y la jardinería se convertirá en una actividad prácticamente universal. Las zonas rurales deshabitadas volverán a poblarse y las economías de los pueblos pequeños proliferarán gracias a la producción y al consumo local.
En América, la transición hasta esta visión necesitará una ruptura dramática con nuestra forma de vivir actual. En otros países donde la gente aún practica una agricultura a pequeña escala muy parecida a la permacultura moderna, la transición puede ser mucho más suave. Podrían pasar de largo el XX y pasar directamente al XXI sin necesidad de repetir nuestros devastadores errores psicológicos y sociales. Personas de distinta proveniencia podrían adaptar los principios de la permacultura a sus propias circunstancias medioambientales y sociales. Esta no es una historia de filántropos blancos haciéndose los listos al inventarse un nuevo modelo para imponerlo a los demás. (De hecho, muchas de las técnicas de permacultura se han adoptado a partir de métodos de cultivo indígenas en todo el planeta.) Es una historia en la que todos aprendemos de todos, guiados por el ideal de unir la economía con la ecología y potenciar la autosuficiencia alimenticia regional.
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